Cuando pienso en mis amigos que no conozco en persona, me siento profundamente agradecida por
tenerlos. Y sobre todo con aquellos con los que me relaciono todos los días a través del teléfono o de las redes.
Si me hubieran dicho hace años atrás, cuando no usabamos las computadoras ni los teléfonos móviles, que tendría amigos que nunca habría abrazado en persona, pero que llegaría a quererlos como a cualquier otro amigo presente y cercano, no lo hubiera podido entender.
Los cambios y el rápido evolucionar de la tecnología nos acercan a personas que jamás hemos visto pero que aprendemos con el tiempo y el trato, a apreciarlas y a estimarlas con sinceridad.
Puedo decir que mi vida está llena en estos momentos de esas amistades, muy al contrario de lo que era en tiempos pasados, que estaba llena de amigos presentes y cercanos.
Cuando emigramos a otro país, habiendo dejado atrás a nuestra familia y a los amigos de toda la vida, comenzamos a hacer lazos de unión con amigos que a través de las redes se nos acercan y nos ofrecen un abrazo, un apoyo, nos dan su cariño y su compañía.
Son amigos que hacemos a través de las redes, a los que nunca hemos abrazado o con los que nunca nos hemos tomado un cafecito, o mantenido una amena charla en la cocina de la casa o en el porche. Amigos que pueden vivir en Noruega, en Argentina, en España, en Estados Unidos o en cualquier país del mundo.
En mi caso puedo decir que soy muy afortunada de tener a estos maravillosos amigos a los que respeto y aprecio de corazón, sólo con verlos en fotos, por escuchar sus mensajes por Whatsapp o de escribirme con ellos por Facebook o por correo electrónico. Tengo amigos desde hace años, "amigos virtuales" que he conocido años atrás, cuando llegué a vivir a Bélgica y hoy, aún, los mantengo. Y han sido ellos, los que me han sostenido en muchos de mis días bajos, los que me han animado, los que me han acompañado y me han robado sonrisas, y a los que yo también he correspondido y correspondo.
Hoy quiero agradecerles especialmente, a ellos, a los que no conozco, a ellos, los que están en las letras que leo, en los mensajes que escucho, a ellos, que son voces, vocales, sílabas y píxeles.
A ustedes queridos amigos en la distancia, a ustedes a quienes siempre digo: "Algún día nos tomaremos un cafecito, o algún día nos daremos un abrazo o nos reíremos juntos de cualquier tontería", y aunque el tiempo pasa y eso pudiera no suceder, sigue estando en mi mente esa posibilidad remota que pudiera muy bien convertirse en realidad.
No debemos desestimar a las amistades porque no estén de cuerpo presente, porque vivan lejos o porque no las conozcamos en persona. La palabra escrita y hablada tiene una maravillosa fuerza que trasciende todo, espacios, abismos, crea puentes de letras, de pensamientos, de cercanías, en medio de píxeles que enlazan y entre chips y circuitos que encadenan sentimientos, sinceridad, auténticidad y sobre todo amor.
Decía Cicerón: ¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo? Una frase muy cierta porque pareciera que al no estar viéndonos a la cara, nos sentimos más confiados para poder hablar con el amigo en la distancia, sin ningún tapujo o pena.
Y es el amor la fuerza que todo lo concatena, la que hace posible que lleguemos a querernos los unos a los otros, es el amor que no necesita de cuerpos ni de roces de pieles, ni de abrazos. El amor que fluye y se libera porque es una esencia, esencia espiritual que vuela, flota sobre las nubes, surca espacios, distancias, inmensidades, universos y enlaza corazones.
"La amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo", dice Richard Bach.
Yo completaría diciendo: La amistad es ese sentido de compartir esencia, luz y amor.
Del otro lado del mundo me llegan voces, vocales, sílabas y píxeles que me acompañan, con amor, en cada amanecer.